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Como amantes de los relojes y en cierta medida coleccionistas, siempre nos estremecemos cuando leemos por la prensa o vemos en las noticias que alguien ha sido victima del robo de su reloj o de su colección. De repente y de forma casi inconsciente nos solidarizamos con la víctima y un temor invade nuestra alma al pensar en lo fácil que es en que nosotros pasemos de ser espectadores a sufrirlo en nuestras carnes. El título de este artículo no es inocente y lo extraigo de una postal norteamericana que ya advertía sobre los robos de relojes en 1907.
Fijaos bien en la caracterización del ladrón. Tiene algo de canallesco, sórdido. No es el único ejemplo que podemos encontar.
En este otro la caracterización del ladrón es casi idéntica y coincide con el primero en que el tono humorístico (más bien satírico, diría yo) de la leyenda nos advierte sobre los hurtos. Estos ¨anuncios¨, por llamarlos de algún modo, venían impresos en forma de tarjetas postales. Aquí podemos ver otra tarjeta del mismo estilo.
Visto lo visto, parece que el robo de relojes en Norteamérica estaba al orden del día. Ni las más hermosas féminas del momento se escapan ante la tentación de hurtar un bonito y valioso reloj.
Mirad la cara de este pobre hombre, al que posiblemente se le enfriará la pasión cuando llegue a casa…
O la de esta bella dama, seductora y que consciente de su crimen se atreve a mirar a la cámara con disimulada sonrisa de satisfacción. Evidentemente hoy en día estás postales entrarían en la categoría de lo ¨políticamente incorrecto¨.
Así que la industria ni corta ni perezosa, al ver tanto desaguisado, se puso a buscar la solución. No sé amigos si lo consiguió, pero empeño puso al patentar estos artilugios.
Que si bien nos puede parecer al noble e inocente fruto del roble, en su interior guardaba una desagradable sorpresa para fémina o hombre que quisiese poseer un reloj ajeno.
Efectivamente, tal artilugio se engarzaba al extremo de la cadena y a la anilla del reloj y al tirar de ella… mal recuerdo se llevaban los amigos de lo ajeno. Los había de diferentes colores y formas para conjugar siempre con notable armonía y no desmerecer la elegancia del caballero.
Pero no solo los caballeros y las damas perdían la hora y su guardatiempos por culpa de malandrines. Una pelea por unos ¨tuyos y mías¨, un enganchón con una rama en el bosque antes de un encuentro furtivo o la ineptitud de un niño fastidioso, podía hacernos perder nuestro más valioso objeto.
Dicen que una gran nación la hacen sus grandes hombres, y los ingenieros su granito de arena pusieron.
Así que amigos, si habéis tomado nota con esta ligera lectura, cuidad de los descuidos y apartaos de miradas seductoras y de los niños de los vecinos.
Que sirvan estos consejos para seguir disfrutando alegremente de nuestros relojes
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Gracias Miquel , vemos que no es algo nuevo lo de los amigos de lo ajeno. Enhorabuena por explicarlo tan bien
Muy ameno, pero me dejas muy preocupado…