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@spitfiremkii

Día 1

Marc se revuelve inquieto en su cama. El cobertor en el suelo. La piel pegajosa, húmeda y febril.

Los vapores etílicos transpiran por cada poro.

Ayer fue otra noche más, o eso supone, mientras se palpa las sienes. Intenta, en vano, detener el zumbido que le empieza a golpear, rítmicamente, su maltrecho cráneo

Le asaltan flashes de la noche anterior, la barra de pulida madera, las cervezas que ya orinó más de cien veces. El camarero gruñón en el que ve reflejado su propio paso de los años.

Botellas polvorientas de marcas que ya nadie recuerda.

fuente Lorien -https://www.sauep.com/fotos/
Fuente: Lorien, https://www.sauep.com/fotos/

Un espejo esmerilado, levemente inclinado, le devuelve una demacrada y rota mirada.

Excalibur sigue clavada en la pared, sobre el pilar donde asoma la vivienda de un hobbit, con la puerta siempre cerrada.

“Dervish” adormeciendo las conversaciones

Mesas recién barnizadas, laca que ha borrado las marcas del paso de generaciones de estudiantes.

Los recuerdos de sus noches de siempre.

Pero hay algo más, un “déjà vu”. La impotencia de no poder recordar le invade. Puede que haya vuelto a soñar por primera vez en años.

Un punzante dolor le hace abandonar todo pensamiento. De tanto rascarse la bolsa escrotal una llaga le lacera hasta el cerebelo.

Día 2

Su barra sigue igual, Marc acodado en el extremo de la misma. Casi en la esquina, frente los tiradores de cerveza.

Cuando Pep se despista, aprovecha y se rellena su pinta de Hoegaarden

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Fuente: https://hoegaarden.com/the-beers/

Entran un par de tipos con mascarillas. “Putos payasos”, piensa Marc.

Sigue libando como si no hubiera mañana… Que próximo a la realidad puede ser este pensamiento, premonición diría el sabio.

Marc se vuelve a despertar con su ya crónica cefalea de fin de semana, resaca diagnosticaría algún reputado galeno, inicio de cirrosis puntualizaría otro. ¿Quién coño confía en los doctores?

Hoy ha vuelto a soñar… Una sola palabra se dibuja en sus labios, “Clara”, mientras pronuncia el nombre, nota como se le eriza la incipiente barca. Un escalofrío le recorre desde la nuca hasta el coxis.

Día 3

Marc se despierta sobresaltado, excitado, muy excitado.

Un olor acre y dulzón golpea su olfato, noble pituitaria en acción.

Entreabre un ojo, unas velas en la librería. Su llama empieza a lamer la balda del estante superior.

Una barra de incienso desprende una tenue voluta de humo. Vano intento de enmascarar un aroma mucho más intenso.

Un librillo de “smoking” sobre la mesilla, un desvencijado clipper de blanco ya marfileño.

Un desportillado cenicero rojo y blanco, que luce con orgullo el anagrama de “México 68”.

Unos toscos cilindros de cartón enrollado, restos de una cajetilla de tabaco, configuran unas rudimentarias boquillas.

Unas colillas aceitosas, resinosas, del tamaño de la yema del meñique, han agujereado la sucia sábana.

Una piedra marrón, un huevo culero mal rascado, medio desmenuzado, aflora entre los restos del naufragio.

Hacía más de veinte años que no fumaba. “¿Qué cojones pasó ayer?”

Al menos parece su cama, al menos hoy no ha soñado.

La excitación perdura por encima de sus abotargados sentidos, un espasmo, una descarga eléctrica en la espina dorsal, un sordo gemido ahogado.

Un pecoso rostro juvenil, nariz chata, labios carnosos, cejas finas, casi inexistentes; pestañas densas.

Tenues rastros de maquillaje, melena larga, densa y lisa, hasta más allá de la cintura, le sonríe malévolamente desde debajo de las rotas sábanas.

Mientras con el pulgar retira una gota perlada, recorriendo lentamente el borde de labio inferior.

Las palabras “blanca esperma” acuden a su mente, de fondo se oye “The End”.

Siempre tan oportuno, Jim. Viejo amigo, eternamente joven y fiel, desde que te descubrí tirado en una caja de desahuciados CDs y vinilos paseando un domingo por La Latina. Piensa Marc.

Un cuerpo joven, elástico, se le refriega por sus muslos, bajando hasta las rodillas y volviendo a subir, tal gata en celo. Debe querer su porción de placer…

Un nombre acude a sus labios “Clara”, enmudece, muere antes de salir. Lo cambia por un “¿Anna?”. Un ronroneo le confirma que ha acertado. Habrá que compensar su dedicación.

A lo lejos alguien escucha las noticias en un cascado transistor. Debe ser la bruja del sexto. Entreoye algo de una cuarentena, entre gemidos.

Observa gotas de sudor que recorren la curva de uno senos, para desde el abismo de unos oscuros y duros pezones caer sobre su rostro, sobre sus labios, sobre su caja torácica.

Las manos de Marca en las caderas de Ana, abarcando sus generosos y firmes glúteos, acompañando el ritmo que marca la veinteañera… A Marc nunca le ha gustado esforzarse demasiado. Prefiere dejarse llevar.

Dia 4

Parece que es lunes, el cálido cuerpo sigue allí.

Las velas se han apagado, el incienso es ceniza.

Un olor a goma, casi quemada, o a eso le ha recordado siempre el latex, inunda toda la habitación.

Sus manos desprenden un olor animal, primigenio, necesita una ducha.

Más de cuarenta y ocho horas seguidas en la cama y le duele todo. La culpa siempre fue de la penúltima copa.

Recuerda Marc que hace dos noches estaba en su bar, bebiendo como un sábado noche más.

No uno cualquiera, parece que será el último en bastante tiempo, sombras negras se yerguen en el horizonte. Rumores de caos, de muerte, de egoísmo, de enfermedad, “La Peste”.

A sus cuarenta y pocos años quiere olvidar, brindar por los que se fueron y por los que vendrán.

Si hay cuarentena la empezará totalmente borracho o al menos resacoso.

Mira de reojo el espejo inclinado. Un espejo con dibujos de dragones y caballeros.

Un rostro redondo, más joven que atractivo, más atractivo que bello le devuelve la mirada.

Marc cree que le ha sonreído.

Pero Marc siempre ha creído demasiado en la mujeres. Siempre ha esperado demasiado y siempre ha recibido poco, o nada.

Nunca ha perdido su autoestima de galán, su fe en su capacidad de conquista; Bogart, a su lado, palidece.

Capacidad que sólo debe existir en su mente, pero él se lo cree. De derrota en derrota, hasta la victoria final.

Así que mientras trasiega otra copa de Talisker, con ese sabor a mar, a juventud, a sal, a libertad, sigue mirando el espejo, cada vez menos discreto. Buscando más sonrisas furtivas para alimentar sus sueños de autocomplacencia.

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Fuente: Taliker

Para Marc ya pasó la edad de acercarse y entablar conversación, probablemente nunca tuvo esa edad.

Apura la última copa. Pep mira sin disimulo el reloj de Guinness, colgado sobre el pasillo que conduce a los servicios.

Quiere cerrar, ya está limpiando mesas, para a continuación levantar las sillas y depositarlas sobre las mismas.

De fondo sigue sonando con melancolía Gwendal.

Marc levanta la vista por última vez, con la esperanza de cazar una última sonrisa de ella, mientras se va con otro.

El espejo le devuelve una mesa vacía, unas botellas tumbadas.

Baja la cabeza hacia el vaso, ahogará como siempre sus sueños en el ambarino néctar. Hoy no será diferente de ayer ni mañana. Los sueños nunca se materializan.

Una mano le roza el hombro, le acaricia la espalda, se detiene en la nuca. Que gracioso el cabrón de Pep.

Una mano pequeña, de niña casi, con las uñas muy cortas, mal pintadas, los primeros nudillos de cada mano muy marcados, la piel blanca y pecosa, aparece en la barra.

Agarra el vaso de whisky. Lo levanta y lo apura. Marc no se lo cree, no levanta la vista. Cinco eternos segundos. El vaso vacío rueda sobre la barra. Marc levanta la vista. La mira, vuelve a mirar el vaso, mira otra vez a la chica. Se gira hacia Pep, este levanta los hombros, como diciéndole “¿A mí qué me cuentas?” Y por supuesto que no le sirve más.

Marc suspira, se yergue ligeramente en el taburete, estirando la espalda. Suspira. La vuelve a mirar.

Finalmente surgen una trémulas palabras, casi inaudibles “¿y ahora?” seguidos de un “¿y mi última copa?”

Ella estira los labios, sin despegarlos, en un remedo de sonrisa. Mientras con el índice señala a sus mofletes.

Preciosos mofletes hinchados.

Se acerca al rostro de Marc. Los labios se juntan, el Talisker fluye entrecruzándose entre las ávidas lenguas.

Finalmente se separa de Marc, se presenta con un simple Anna, seguido de un “la última en tu casa, hoy no quiere estar sola”. Pep se descojona al otro lado de la barra, vivir para ver, beber para vivir.

Bonitos recuerdos. Hoy es lunes y no trabaja. Maldito ERTE, maldita cuarentena.

El agua se desliza por sus incipientes entradas. Al menos tiene compañía… Anna… Y ha vuelto a soñar. Clara, Clara, siempre Clara.

Día 5

Marc en la ducha, los días se repiten. No sabe si sigue bajo el chorro tibio desde ayer, si ya ha pasado otro día.

Cual intensa lluvia, las gotas de agua arrastran sus lágrimas.

Apoya los brazos en la pared, inclina la cabeza. Nota la cadencia del agua, ahora ya caliente, sobre su nuca.

Unos pechos jóvenes, turgentes, pequeños y duros se apoyan en Marc.

Nota como se pone de puntillas. Los pezones le rozan la espalda en un movimiento ascendente.

Unos labios depositan un tierno beso entre sus omoplatos.

Una mano le acaricia desde la cintura hasta el pecho derecho, pellizcándole suavemente.

Mientras la otra mano juega con el vello de su pubis.

Marc está excitado, se gira lentamente. Baja el rostro, la besa dulcemente en los labios y sigue descendiendo, persiguiendo las gotas de agua sobre el cuerpo de Anna.

Desciende, lentamente, desciende y sigue descendiendo, le separa suavemente las ninfas y desliza su lengua. Un sabor conocido, salado, almizclado, animal, repulsivo y embriagador.

Mientras recorre suavemente con la punta su meta, recuerda su sueño.

Hoy ha vuelto a soñar.

Olor a vestuario, a hormonas, a pubertad, olor a lápiz, a libro viejo dulzón y abizcochado.

A primavera, la pubertad siempre huele a primavera.

Una camiseta demasiada ajustada para contener una cambiante anatomía. Unas faldas ni cortas ni largas. Unas faldas que dejan a la imaginación el tramo que sigue a los muslos.

Ansias de cambio, de libertad, tierna inocencia. El Ché en una camiseta.

El camino de regreso a casa, miradas cruzadas que Marc nunca interpretó.

Roces de los dorsos de las manos, seguidos de un avergonzado “perdón”.

Un jersey sobre los hombros, jersey que cae suavemente. Una mano ágil lo recoge y lo deposita de nuevo sobre las espaldas de ella. Dejando la mano más tiempo del justo y necesario.

Otra mirada que se cruza y se sostiene varios segundos.

Mejillas sonrosadas, tímidos cabeceos. Una dulce caricia, con la excusa de retirar una pestaña caída.

Emoción contenida, estática bajo la dermis. Preparan selectividad. Ella quiere ser juez, el ingeniero.

Sueños compartidos que nunca lo serán.

Otra vez el recuerdo de “Clara”.

Sensaciones y recuerdos más de veinticinco años dormidos y ahora oníricos, poderosos resurgen.

En el peor momento, en la soledad compartida, en el exilio interior.

Un fuerte jadeo un “más”, un “para”, seguidos de un “sube y fóllame” le devuelven a la realidad. Afortunadamente siempre se le ha dado bien cumplir órdenes.

Días 6,7,8,9…

Todo sigue igual, no pasan las horas. No queda leche. Han acabado con los botes de garbanzos.

La nevera vacía y el pene en carne viva.

Demasiado sexo.

Ya no soporta a Anna, salvo cuando está dentro de ella.

Ella del sur, temperamental, para lo bueno y lo malo siente lo mismo. Veinte años les separan, pero en la cama, el sexo acorta esa distancia.

Es la última noche. Marc sabe que ha sido la última noche. Ha sido, ha sido, ha sido. No sabe cómo describirla, carnal, visceral, brutal, extenuante, calor corporal, fluidos, olor animal. Sábanas rotas, gritos, duermevelas lujuriosas, dolor, placer, mordiscos, arañazos, lágrimas, promesas y despedidas.

Dulce muerte. Fin.

Día 10

Marc amanece solo, dolorido, vacío, excitado y otra vez solo, solo, solo.

Anna desapareció anoche, ni con la cuarentena consigue retener a las mujeres a su lado.

Cuarentena, puerca cuarentena. Esa es la excusa, dice que la emergencia requiere de todo el personal sanitario, ella por lo visto es enfermera, o fisioterapeuta, o algo similar.

Que cuando acaben ya se volverán a ver, le dice. Que le quiere mucho. Con la cabeza gacha y sin mirarle a los ojos.

Marc ya ha vivido esto, sabe que le miente, sabe que nunca más la verá. Tal vez ella llame alguna fría noche con el cuerpo roto y la voz trémula, pero el no responderá.

Una muesca más en su alma. Alma dónde reina el silencio.

Añora con cariño a su viejo profesor. “Sólo te arrepientes de lo que no has hecho.” “Los malos recuerdos se atenúan, desaparecen en el tiempo. Los buenos se subliman”.

Cuanta razón tenía don Francisco.

Hoy ha vuelto a soñar con Clara.

El colegio, el uniforme, los libros de texto, la recurrente selectividad.

Su mirada, sus labios, su cuerpo de mujer que aún recuerda a la niña regordeta que fue y aún no deja adivinar la belleza serena en la que se convertirá.

Marc sueña en la última vez que se vieron. Ambos tenían pareja. Miradas cruzadas. Un yo sin ti, un tú sin mí. Una despedida en la distancia, una promesa incumplida, una llamada que no existió.

El aun recuerda el número de casa de ella 971…… después del prefijo las 4 primera cifra sumaban el mismo número que componían la dos últimas, era la excusa para recordar su número a todas horas. Nunca se lo contó.

Hoy Marc en su soledad ha vuelto a soñar. Sólo desea soñar, soñar, soñar. Más, más y más. Aunque duela.

Día 15

Soledad.

Marc no soporta la televisión. La radio está en bucle. Odia a los estúpidos, odia a sus vecinos que aplauden gregariamente a las 20:00. Odia a los políticos. Odia el ruido. Odia la soledad.

Ya no queda alcohol en casa, con él se fue la migraña y el doloroso despertar.

Los sueños son profundos, son vívidos. Clara le acompaña. Todo el día está en su cabeza.

Marc necesita contar las horas. Necesita controlar cuando volverá a la cama. Cuando volverá a soñar con ella.

Día 20

Marc no puede dejar de perseguir sueños rotos. Así es joven, o al menos así se siente.

Sabe que debe disciplinarse. Intenta ducharse y afeitarse cada día, lo de vestirse ya se verá.

Finalmente ha logrado hacer la compra online. Productos frescos. Nada de alcohol.

Marc siempre ha considerado el vino como un alimento, así que la caja de Mencía no computa como alcohol. Su conciencia está tranquila en este aspecto.

Marc siente un impulso pasajero. Necesita retomar su tesis. Es pasajero.

Realmente solo quiere dormir. Sigue durmiendo bien y a veces sigue soñando.

Día 31

Marc ya lleva diez capítulos de su tesis.

Tras el naufragio con Anna los sueños se intensificaron.

Marc cada noche vuelve a cursar COU. Cada noche acompaña a su casa a Clara.

Cada noche se sonroja, se avergüenza, se queda callado, se vuelve tímido y roza la palma de la mano de Clara con su índice, ingenuo. Nunca le dice que la quiere.

Al despertar los recuerdos son cada vez más dolorosos, pero agradables a la vez.

Un “¿y si?” lo persigue durante el día.

¿Y si le hubiera dicho que la quería? ¿Y si la hubiera llamado? ¿Y si…?

Retomó la tesis, años olvidada para no pensar en más “what ifs”.

Marc no puede dejar de mirar la hora constantemente, en el ordenador, en el horno, en el silencioso móvil.

Los malditos aplausos de las 20:00 marcan el inicio de su secreto y vergonzoso placer. Cena y se va a la cama a dormir, a intentar soñar con Clara.

Sigue sintiendo necesidad de contar el tiempo, de intentar controlarlo. Descontar las horas hasta regresar a los dieciocho, para regresar con Clara, para soñar.

Marc ya se ha sorprendido varias veces buscando a Clara, escudado en un viejo teclado. Ni rastro en las redes sociales.

Hoy ha finalmente aparecido una escueta nota en un BOE de ocho años atrás.

El traslado de una plaza de juez a una perdida localidad de Extremadura.

Marc sabe que roza la locura. Su desasosiego le hace llamar al número que sumaba 62. Se hace pasar por la consejería de educación, pide si hay niños, hijos o nietos en la familia, ya sabe usted, estadística.

Vergüenza, alivio, dolor. Clara no está casada, no tiene pareja, ni hijos. Le confiesa, desde el otro extremo de una fibra, la que ojalá hubiera sido su suegra.

Dolor, alivio, soledad. Lágrimas.

Marc necesita controlar el tiempo, su tiempo. Contenerse, no más llamadas, no más búsqueda, no más drogas para soñar a las cinco de la tarde.

Desde que acabó la carrera, desde el día que perdió el reloj, la pluma y la novia el mismo día, no ha vuelto a llevar.

Realmente un reloj le ayudará a controlarse, o eso piensa.

El punzante zumbido del timbre le interrumpe.

Debe ser, al fin, esa compra impulsiva a hora intempestivas.

Putos portales de venta por internet. Un modelo vintage, cronómetro, japonés, rojo, con una forma singular.

Lo más sorprendente el vendedor. Parece ser que es de su ciudad.

Recuerda vagamente la tienda.

Recuerda pasear.

Para él era pasear entre nubes. Para Clara el camino de vuelta desde el colegio.

Recuerda pasar enfrente de esa vieja relojería. Con su inmenso reloj en la fachada.

Recuerda que tenía un nombre curioso. Nombre que les hacía sonreír a ambos.

Recuerda haberse parado junto ella, haberse parado frente el escaparate.

Recuerda observar juntos un extraño reloj, rojo, feo, japonés, crono.

Juraría que era el mismo reloj que acaba de comprar

Tal vez porque a Clara le gustó.

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Recuerda el momento, ella mirándole a los ojos, los brazos tocándose. Ambos frente el escaparate. El hablando, para no callar para siempre. Avergonzados ambos, sonrojados, acalorados, nerviosos. Ella se acerca, entreabiertos los labios. Marc da un paso hacia atrás, tropieza, cae de espaldas.

Recuerda el relojero. Un señor mayor que los mira con una sonrisa triste mientras los saluda con la mano.

Marc recuerda que notó deslizarse una lágrima por su mejilla, mientras apretaba el botón de “Cómpralo Ya”. Recuerda que con el dorso de la mano se secaba los húmedos ojos.

Marc intenta apartar los recuerdos, desde que compró el reloj, días atrás, había dejado de soñar.

Ya casi no pensaba en Clara.

Marc finalmente abre la puerta, el mensajero con mascarilla y guantes ha dejado el paquete sobre el felpudo.

Ridículo felpudo, “Bienvenido a la república independiente de…”

Observa al mensajero huir, tras observar a Marc sin protección personal alguna. Eso, o el efecto de abrir la puerta desnudo. Marc recoge el huérfano paquete, embutido en un sobre de plástico. Rompe el sobre. Extrae una caja de cartón envuelta en papel de estraza y atada con un cordel.

Escrita en pulcra letra, a pluma, su nombre y su dirección y una fecha, el 1 de abril de 1993. Manda huevos la moda de reciclar.

Desenvuelve la caja, la abre y dentro aparece otra caja más pequeña de plástico verde.

Caja con una franja dorada y letras en relieve, también en dorado. Se puede leer CITIZEN.

También abre la segunda caja y finalmente aparece el reloj. Es tal como recordaba.

Rojo, con pulsadores a las doce, con una correa de cuero negro y pespuntes rojos, tipo piloto de carreras de los setenta.

Un curioso olor a bizcocho recién horneado inunda la estancia.

Marc tira las instrucciones sobre la mesa. Sin tan siquiera leerlas. Mientas limpia el reloj, la correa y la caja con alcohol isopropílico.

A continuación, se lava concienzudamente las manos.

Deja secar el reloj unas horas, antes de finalmente ponérselo. Total, lleva veinte años sin reloj.

Finalmente, antes de cenar solo, se pone el reloj. Agita la muñeca suavemente. Ha leído que es automático. Oye un latir, un suave tictac. Acerca el reloj a su oído. Escucha claramente como funciona. Increíble.

Lo pone en hora y de vez en cuando lo observa con un ligero placer.

Antes de irse a dormir, Marc juega con el crono.

Lo pone en marcha con el botón superior izquierdo.

Lo para con el mismo botón. Y lo resetea con el derecho.

Funciona bien, sorprendentemente bien para ser un artilugio mecánico. Ha despertado su curiosidad. Igual se comprará otro.

Ups… Ha dejado el crono en marcha, aprieta el botón derecho. “Mierda… Ya lo he roto”, piensa Marc.

Pero no, la trotadora ha reseteado a cero, para a continuación seguir con su marcha normal. Recuerda haber leído algo antes de comprarlo. Es lo que llaman “FlyBack”. Curioso.

Se queda dormido para no soñar.

Día 1 De Abril De 1993 – Flyback

Un viejo relojero ve pasar a lo lejos a dos jóvenes adolescentes. Clara y Marc ha oído que se llaman entre sí. Aunque ellos no lo saben, se les ve enamorados. Pero él es tímido y no se decide.

El viejo relojero sonríe tristemente, tierna juventud.

Mientras sigue ajustando una vieja pieza, finalmente cierra la caja y lo deposita en el escaparate. Probablemente sea su mejor reparación.

La joven pareja se para frente al escaparate.

Marc mira el reloj, Clara mira a Marc.

El relojero los mira a ambos, chico no la cagues ahora que ha costado mucho esfuerzo, otra vez no por favor, masculla entre dientes mientras guiña un ojo al chico.

Marc se sorprende, se gira para contárselo a Clara y se la encuentre de frente.

Mirándole, la dulce boca entreabierta, mordiéndose suavemente el labio inferior.

Marc tropieza, cae hacia Clara, se sujetan mutuamente. A Marc se le escapa un furtivo beso, apenas una caricia.

Clara responde tímidamente. Ambos sonríen y se marchan agarrados. Robándose, al fin, besos en cada esquina. Alejándose lentamente de la tienda de relojes. Sin mirar atrás

“Humberto García Wells, Relojes y Máquinas de tiempo” reza el vetusto toldo.

El viejo relojero, el H.G.Wells del toldo, sonríe para sí. Acaricia el CITIZEN Bull Head.

Si esta vez lo ha arreglado bien, fantásticamente bien.

…Carpe Diem

In memoriam de todos los que han visto sus sueños truncados en estos aciagos días. Disfrutad de la vida y de los recuerdos.

6 comentarios en «…Memento Mori»

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