@spitfiremkii
España, Navidades De 2017
La sobremesa trascurre plácidamente. De lejos se oyen risas de niños destripando los juguetes nuevos. Una mancha carmesí tiñe el mantel de hilo sin que la sal, generosamente extendida sobre la misma, pueda salvarlo. Restos de dulces.
En la mesa aun quedan los tres varones adultos de la familia. Así como unos amigos de la familia, extranjeros, apátridas a los que han acogido en su celebración navideña. Un paño caliente, pensarán unos… Una buena obra dirán los más piadosos. Realmente una efectiva muralla del Atlántico, rindamos honores a los invitados que por algo son alemanes. Muro esta vez efectivo, no como el original.
Su presencia ha evitado o al menos atenuado los habituales roces entre cuñados, suegras, nueras y otras malas especies que despliegan en la mesa sus hordas, tal cruento campo de batalla en tan señaladas fechas.
El anfitrión sonríe en la autocomplacencia de su maquiavélico plan; al fin un día de Navidad tranquilo, sin rostros agrios, ni prisas disimuladas.
Su padre carraspea y le saca de su ensimismamiento. Lo mira con ojos húmedos, tal vez fruto del Ribera del Duero, tal vez fruto de la emoción. Sonríe bajo su espeso bigote, ya poblado de canas.
“¿No tienes ningún licor para acompañar el café?”, pregunta con voz engolada.
Cuando el dueño y señor de la casa, o eso se cree él, regresa a la mesa con una botella de licor café, se encuentra un pequeño paquete, una caja de cartón gris con un lazo en terciopelo rojo.
“No lo abras todavía” le dice su padre, sujetándole la mano firmemente. “Déjame que te cuente una historia, antes de que abras tu Legado de Navidad…”
¿Legado?, pues sí que les ha afectado el jugo de Baco, piensa… pero no contradice a su padre.
Este se atusa el bigote, se acaba el café. Se sirve una generosa dosis de licor en la taza, la cual balancea para que el aguardiente rebañe los restos de la infusión y se prepara a contarle una historia.
Ciudad De México, Octubre De 1923
José Llaneras aspira fuertemente el cigarro habano que sostiene con la diestra. Excelente tabaco piensa, mientras observa como por última vez se sirve el almuerzo en su todavía hotel.
El Hotel Hidalgo, en Distrito Federal. Famoso por su mole con guajolote.
Pep, como lo llaman sus más allegados, ha llegado a amar el sabor del chocolate combinado con el pavo. Probablemente por culpa de María, una preciosa y bajita criolla. Madre de sus cuatro hijos. De los cuatro un solo varón, Lorenzo, al que todos llaman “Lencho”.
Dos líneas de pensamiento llenan su mente, el inmediato mañana y su añorada isla. Isla de Mallorca que abandonó hace más de veinte años. ¿Qué pensarán cuando lo vean llegar? Con sus trazas de indiano, su profusa prole y su bella mujer.
Él, alto y delgado, las orejas de soplillo, bigote fino, apenas una línea. Mejillas enjutas, perfectamente rasuradas. El pelo corto y liso apenas asoma debajo de su sombrero.
Ella bajita, contundente de formas y de carácter. Una larga melena morena, algo rizada.
El humo se disipa, prefiere no pensar más en el mañana. Concentrarse en el ayer y en el doloroso hoy.
El Ayer
La semana pasada Pep, fue a visitar a su “primo”. “Bernat se queda en Méjico, no teme a la revolución.”
Fueron seis horas de tren, seguidas de cuatro horas más a lomos de una mula.
Aun sonríe recordando la última mula de la recua. Cargada con un gramófono RCA. Este también se quedará en Méjico, un regalo para su primo.
No es la primera vez que el cachivache, la caja de discos de baquelita y la aparatosa trompeta hacen este camino.
Como en las otras ocasiones, tan solo llegar, el joven Lencho se encargará de hacerlo funcionar. Girará con energía la manivela y un disco empezará a rodar. La música inundará los campos. Los habitantes del rancho y sus alrededores acudirán y empezará la fiesta. Bailarán, el mezcal saciará la polvorienta tierra… correrán las muchachas al pajar.
Entre los bártulos van otros regalos, todo aquello que no podrán embarcar o que les será más útil a sus amigos aquí que a ellos en España.
Una España convulsa, donde ahora parece que impera el orden y la ley. Bajo el auspicio de un general, un tal Primo de Rivera. Tras años de convulsiones, anarquía, ínfulas coloniales. Sueños de un imperio que se apagó. Jóvenes reclutas masacrados, huesos secándose al sol y la putrefacta carne, apreciado banquete de carroñeros.
Pistolas y rebelión. Barcelona ardiendo. Bombas. Anarquismo. El asesinato de Dato en la plaza de la Independencia.
El nuevo gobierno ha intentado cercar a la CNT. Hasta los socialistas y la UGT colaboran con el dictador. Al fin parece relativamente tranquila la Madre Patria, más que Méjico (o eso piensa Pep). Nunca sabrá cuanto se ha equivocado. Ni la verbena de verano que vivirán sus hijos, unos pocos años después.
Anarquistas… dichosos anarquistas. El miedo a la violencia gansteril, el conflicto obrero y las bombas indiscriminadas, le ha acabado afectando. Lo que esperaba, ya se lo confirmaron desde la embajada. Sus preciados rifles de caza y sus revólveres no podrán entrar en España.
Le duele tener que venderlos, así que decide regalárselos a quien buen uso les dará. Por lo que van entre el resto de los bártulos, bien envueltos en papel de periódicos ingleses, limpios y engrasados. Bernat los disfrutará.
Aunque lo de “buen uso” como siempre en este país es relativo. Bernat no suele esperar a la justicia. Capturar a los cuatreros y arrastrarlos hasta el rancho es lo que se podría considerar un buen uso.
Sacude la cabeza, vaya recuerdos. Sonríe levemente. Si algún día se lo cuenta a alguno de sus hipotéticos nietos no se lo van a creer. En pleno siglo XX, tras una gran guerra que promete ser la última en Europa. Tras la epidemia de la gripe española y él, un mallorquín en Méjico, viendo como su primo arrastra por el polvo a lo que fueron hombres…
A veces a unos piojosos yankees que han cruzado la frontera, a veces a unos muertos de hambre, desertores de Pancho Villa. Otras a unos pobres indios.
La razón es relativa: robar unos caballos de las inmensas yeguadas, matar unas gallinas o violar a unas indias. ¿o era al revés? Al norte de DF a veces se confunden los términos, pero qué más da.
Realmente no es su primo, pero son casi del mismo pueblo de Mallorca (en la distancia ese “casi” es cercanía). Es como ser de la misma familia, compartir recuerdos, “xerrar” arrastrando las consonantes de la casi ya olvidada lengua materna. Si, realmente es de la familia, para sus hijos siempre ha sido y será “es conco” (tío) Bernat.
Pep sigue recordando los gritos, el reguero de sangre seca y el polvo, sobre todo el polvo levantado cuando arrastran a esos infelices. Se le tuerce el gesto a media cara. Una expresión a medio camino entre la náusea y la satisfacción. Es duro ver morir a un hombre, aunque es fácil, demasiado fácil matarlo.
Y desde que Méjico se independizó, ahora lo llaman “México”, aun más fácil si el pobre es cobrizo. O eso dicen los frailes. En la frontera uno más o uno menos poco importa. Ya rendirá cuentas Bernat al Hacedor algún día.
El Hoy
El timbre de la campanilla de la recepción de su hotel le devuelve a la realidad.
Acaba de llegar el nuevo propietario. Un austriaco. No se acuerda de su nombre.
Que más da. Ha pagado en pesos de plata. Pesos que van directamente a uno de los baúles, junto a un fajo de dólares USA y unos títulos de propiedad de unas minas de plata. Títulos que con la revolución son papel mojado, pero nunca se sabe.
Aprieta la mano que le ofrece Willy Von Hofen, ahora se ha acordado del nombre. El hombre parece más prusiano que austriaco.
El apretón es húmedo, frío, repulsivo. Como acariciar un reptil. Una mano pequeña, fina y blanca… otra vez la náusea, la reprime y sonríe al teutón, bávaro, tirolés o lo que sea. La plata es buena y también toca fría.
Le entrega las llaves y vuelve a presentarle al personal. Algunos de ellos, la mayoría realmente se despide de Don José con lágrimas en los ojos.
Pep se da la vuelta, baja pausadamente las escaleras. Sabe que no volverá. No siente nada, es un capítulo que se cierra y con ganancias.
Lentamente, golpeando los adoquines con su bastón inglés, emprende el camino hacia casa. Debe comprobar que todo está empaquetado, etiquetado y ordenado.
Los muebles o su Ford modelo T ya están embarcados, o al menos eso indicaba el telegrama que recibió.
Vuelve a acariciar el pomo de su bastón, que esconde un precioso y letal estoque.
Mientras piensa que mañana por la mañana cogerán un tren desde Ciudad de México hasta Veracruz, espera tener un viaje tranquilo. Teme por su esposa y sus hijos.
El Naufragio
La última vez que hizo ese trayecto (hace ya tres años) le trae malos recuerdos, muy malos recuerdos
Por múltiples motivos. En ese viaje junto a su esposa María, acompañó a su sobrino Joan para cerciorarse que embarcase de regreso a España.
Sobrino enviado a las Américas por su hermano Biel, para ver si lograba enderezarlo y hacer de él un hombre de provecho.
Fracaso, uno de los pocos en su vida. México fue demasiado para el joven, fue tarea imposible. El zagal se había aficionado en exceso a las putas, al tequila, a la marihuana y a la morfina…. Todo ello demasiado fácil de conseguir en la ciudad. Al final no quedaba otro remedio que devolverlo a madre patria. La ruta era vía Cuba.
Nunca más supo de él. Sólo la epístola que le remitió Biel, según al cual Joan tras unos meses en Santiago le comunicó que embarcaba hacia la Habana en el vapor Valbanera, para seguir viaje y regresar a España. Ahora yace en el fondo del Caribe junto a 487 almas más.
Aunque Pep no se lo cree; está convencido que remitió la carta tras enterarse de la desaparición del buque, para dilatar aun más su regreso.
No tenía sentido alguno que hiciese esa ruta. Seguro que el muy astuto fingió su desaparición. Estará agonizando en algún fumadero de opio en La Habana o se escapó a Nueva York.
Prefiere callarse a contar la realidad a su hermano. No le ha vuelto a escribir, mas aun conserva la copias de las cartas en el libro de correspondencia, que primorosamente envuelto reposa en el fondo de algún baúl.
Sacude la cabeza como espantando malos augurios. Con la mano izquierda saca lentamente del bolsillo de su chaleco el reloj de oro de tres 3 tapas. Otro recuerdo ligado al fatídico trayecto a Veracruz.
Revolución
Las vías cortadas por los revolucionarios, cortas carreras en lo vagones. Gritos, golpes, jadeos, disparos.
Enaguas rotas asomando por un cristal quebrado. Más jadeos y otro disparo sordo, atenuado al absorberlo un cuerpo que ya no gritará.
Pep, sereno, distante, abre su maletín de viaje. Agarra los documentos y guarda la cartera con las cédulas de identidad de los tres, mujer, sobrino y él mismo en el bolsillo derecho de su traje ingles de alpaca gris. Así mismo guarda el pasaje y el dinero para su sobrino en el mismo bolsillo.
Mientras saca la canana y el cinto con su cromado y relativamente pequeño Colt New Police calibre .32.
Se los ciñe fuertemente a la cintura, disimulado el escaso bulto bajo el chaleco. Chaleco en cuyo bolsillo derecho late su Waltham de 3 tapas. La leontina del mismo en el tercer ojal.
Bajan pausadamente, sin correr, sin llamar la atención en el tren y se dirigen hacia el andén. Apizaco es el nombre de la población. Por detrás de la estación asoman las torres del campanario de la basílica de Nuestra Señora de la Misericordia del siglo XVII. Caminan hacia la iglesia sin mirar a los lados.
De pronto María le agarra fuertemente el brazo, mientras le susurra… “mi hermano”. Pep sabe de sobra que no quiere verlo.
El hermano menor de María, su cuñado. El Teniente Coronel Trejo, al que el saber leer y escribir lo ha encumbrado al liderazgo de una partida de revolucionarios.
Rostro cetrino, mal encarado, peor afeitado, camisa sin cuello, sucia y remendada. Sombrero de ala ancha, de charro.
Sombrero, antes negro ahora gris del camino, con marcas de sudor.
Dos cananas de cuero cruzadas, un Winchester 1894 apoyado sobre la cruz del caballo. Carabina 30-30 cantarán algún día los corridos.
Los ha visto, aprietan el paso, se dirigen a la iglesia. Allí no se atreverá a entrar.
En el interior del templo se respira tranquilidad, incienso y humedad. Se sientan en un banco lateral, en la semi penumbra. Pep nota el tic-tac del reloj en el bolsillo. De pronto el templo se llena de luz, como una epifanía de la Virgencita a la que reza llorando María.
El Teniente Coronel ha entrado a caballo por la puerta principal de la iglesia. El caballo caracolea apartando exvotos y ofrendas a coces. El párroco hace ademán de protestar, el acerrojar de un palanquero silencian las palabras antes de que nazcan.
“Hermanita, saluda a tu hermano” grita con voz pastosa, arrastrando las sílabas, borracho de sangre y de alcohol, mientras dirige su montura hacia ellos.
María agarra más fuerte el brazo de Pep, “por Dios no hagas nada esposo mío”… piensa pero no articula palabra alguna, el miedo no se lo permite. Pep se yergue tan largo como es, retrasando a su esposa. El sobrino se ha orinado sentado en el banco.
“Buenos días cuñado.” Mascullan casi a la vez ambos. El general se acerca aun más. El equino casi roza a Pep.
Trejo baja el cañón de su rifle, con el punto de mira engancha la leontina y extrae lentamente el Waltham de oro del bolsillo de Pep.
“Bonito Reloj, cuñado. ¿Me podrías dar la hora?” casi grita mirando con avaricia el guardatiempos.
“Podría” dice Pep, mientras recupera con la izquierda el tres tapas y con la diestra descubre lentamente la culata del Colt, apoyando el martillo sobre el pulgar, “pero no quiero que sea la última vez que te la de Trejo. María no me lo perdonaría.”
Trejo retrasa el caballo, grita órdenes. Se descubre. Sonríe, baja el 30-30. “Podéis continuar el viaje, mis hombres ya han inspeccionado el tren y retirado la barricada.” Les acompaña hacia el tren. “Recuerdo a mis sobrinos ¡Tienes huevos mallorquín! y eso lo aprecio.” Es la despedida.
El Legado
Sacude de nuevo la cabeza, el recuerdo es nítido. Ese fue el día en que Pep decidió abandonar cuando pudieran México, huir de la guerra y volver a España.
Su atención regresa a su reloj de 3 tapas, aprieta el botón y la tapa golpea ligeramente su dedo índice, enfoca la vista y observa la esfera de porcelana.
Aun recuerda cuando compró ese reloj, fue en Cuba, en la Habana donde Cuervo y Sobrinos… no falso, entró, miró, pero no compró. Ahora recuerda bien, fue hará unos 15 años, en una escala en Nueva York. No sabe si a la ida o a la vuelta de una de las varias ocasiones que ha visitado los Estados Unidos de Norte América.
Fue en la joyería The Cowell & Hubbard Co. Dudaba entre un Illinois grade 409 y un American Waltham, el precio más económico de este último, a pesar de no ser tan aparente como el Illinois, hicieron que se decidiera por el Waltham. Un reloj para toda una vida, para pasar de generación en generación.
Vuelve a depositar la mirada en la esfera. Ya son las 02:00 de la tarde. Parece que su cuerpo quiere prolongar la estancia en la ciudad que tanto ha amado, pero ya no puede retrasarlo más.
Cierra el reloj, da un poco de cuerda al mismo y lo vuelve a guardar en su bolsillo derecho.
Se dirige con paso cansino hacia su casa, oye a lo lejos el chapotear de la fuente del patio interior y las risas de los niños.
Su hijo Lencho lo ve llegar desde el balcón donde juega con sus hermanas Juana, Antonia y Catín. Baja corriendo por la escalera, cruza el patio, rozando con la mano derecha el espejo de agua de la fuente y le sale el paso a su padre.
– “Papá, ¿ya nos vamos?”
– “No hijo, aun no, mañana.”
– “Papá ¿qué hora es?”
Pep vuelve a sacar su reloj, lo vuelve a abrir con el mismo gesto tantas veces repetido, pero en lugar de leer la hora, baja el reloj hasta la sonriente cara de su hijo para que este la lea.
“Las dos y cuarto” dice el rapaz, a la vez que mira a su padre y le pregunta de nuevo.
“Papá, ¿algún día tendré un reloj tan bonito como este?”
Pep sonríe, le remueve el pelo y se sube su hijo a hombros. No le responde, pero piensa que por supuesto que tendrá un reloj bonito, este mismo reloj, será el LEGADO para su hijo, para sus nietos…
España, Navidades de 2017
“Bien hijo” dice Pep. Otro Pep, otra época, pero nieto del que recorría Ciudad de México. Ahora después de oír esta historia, puede abrir el paquete.
Pere, abre el paquete. Un tic-tac lo sorprende.
Un reloj de oro le devuelve la mirada con sus tres tapas, su esfera de porcelana y la inscripción American Waltham Watch Co.
Su mujer, no entiende este regalo, para ella sólo es otro reloj viejo. Pere mira con ojos vidriosos a su padre. No sabe si por los licores o por la emoción.
Una lágrima intenta asomar tímidamente sin conseguirlo. Mientras acaricia la cabecita de su hijo, Nil. Que mientras engullía otra porción de turrón sin que lo viera su madre se ha situado entre su padre y su abuelo. Mira el reloj y pregunta:
“Papá, ¿algún día tendré un reloj tan bonito como este?”
Pere vuelve a mirar a su padre, a su hijo, al reloj y masculla entrecortado un gracias.
Gracias por el “legado”, prometo conservarlo para la próxima generación.
El Reloj
Se trata de un American Waltham Watch Co. en caja de oro de 14 kt, de tres tapas. Las conocidas como “Hunting Case” de 54 mm.
De acuerdo con su número de serie y según pocketwatchdatabase.com, el reloj fue producido entre junio y septiembre de 1894, con un movimiento de 11 rubíes, volante compensado y piñón de seguridad, correspondiendo al grado 3. En este caso, el calibre está muy bien decorado y sin ser uno de los grados más altos de la marca, el gran número de unidades producidas y toda la historia vivida por este ejemplar legado de mi bisabuelo nos dice que es robusto, fuerte y fiable. Un movimiento al que “Pep” quiso vestir con un atuendo de categoría.
Muchas gracias por este magnífico y verídico relato, Y nosotros nos preocupamos el día que llueve un poco para que no se moje nuestro diver…
Enhorabuena Pere, gracias por contarnos esta magnífica y trepidante aventura. Junto con el reloj forman como bien describes un magnífico legado que seguro apreciarán las nuevas generaciones.
Salut!
Cada día te vas superando Pere. El artículo genial, me ha gustado sobre todo por la parte real que tiene. Las fotos son muy buenas y hacen que te metas más en la historia. Es increíble que conserves todos esos documentos.
¿Para cuando otro de espionaje en la CCCP como el del sendoka? 🙂
Muchas gracias por vuestros comentarios.
@javierreloj, otro de espionaje…pues no se. Ya veremos.