@spitfiremkii
James Conroy se concentra, cierra los ojos lentamente, sentado sobre un tocón de roble ennegrecido.
Pausa la respiración, abre ligeramente las piernas, arquea la espalda y apoya sus rudas manos sobre las rodillas desnudas.
Inspira, expira, vuelve a inspirar. Inflando el buche al inhalar. La respiración abdominal le ayuda a relajarse antes de cada competición.
Aún recuerda a su entrenador, el ogro, el viejo Pat. El rostro encendido, gritando como una Furia, insistiendo en que respiraran con la panza. Mientras ellos intentaban regularizar las pulsaciones. Corazones desbocados después de hacerlos correr como ánimas perseguidas por el diablo. De Laxmi Lane al Campanile, una y otra vez y otra y otra y otra… Carrera, recuperar, carrera, recuperar.
Los “Jinetes del Trinity” los llamaba Patrick, los “Riders del College”. Mientras los cronometraba y vaciaba con aún mayor dedicación su petaca de Jameson.
Una lágrima recorre la mejilla de James, mientras asoman los felices recuerdos de la universidad y mentalmente saborea una pinta de stout en el “Temple Bar Pub”
Jóvenes rebeldes susurran en silencio, gaélico entrevelado frente la roja fachada. Rehuyendo la torva mirada de un cerdo inglés.
Ingleses tan cercanos, tan lejanos. Nunca el odio es tan fuerte como entre hermanos bastardos.
Jinetes del Temple, Raiders del grifo de Guinness…
James sacude la mano frente su rostro, intentando ahuyentar los recuerdos y la nostalgia del hogar.
La voz de su viejo entrenador retruena en el interior de su mente.
Intenta visualizar la carrera, desde antes de su génesis, desde el preludio del silbato. Desde mucho antes de la zancada de arranque. Justo desde cuando te atas las botas claveteadas.
Revisa las suelas y mentalmente asiente, todo es correcto. Piensa en como subirse las medias hasta justo debajo de la rodilla. Siempre dobla la parte superior, exactamente dos pulgadas hacia el exterior. Así evitará que se deslicen hacia abajo.
Recuerda cómo se ajustan los tirantes. Siempre corre con un atuendo peculiar. Calzón corto y tirantes sobre una camiseta interior de manga larga. Siempre el mismo uniforme, haga solo frío o esté simplemente helado como hoy.
Malditos carteles turísticos de Francia, resplandecientes puestas de sol, promesas de calor y complacientes muchachas de sonrisas insinuantes. Nunca muestran este clima de perros, en el noroeste hace peor tiempo que en su añorado Dublín.
Vuelve a agitar la mano para desvanecer los pensamientos que lo distraen, vuelve a visualizar la carrera.
Una vez más, las botas claveteadas, los cordones dando dos vueltas por debajo de la suela y atados con nudo doble sobre el empeine.
Las calzas dobladas exactamente 2” bajo las rodillas. El calzón corto, los tirantes ajustados hasta casi encorvarlo ligeramente, la faja en la cintura. La maldita faja se había olvidado de ella, con su amuleto en la parte trasera de la misma. Pegado, bien pegado sintiendo sobre sus riñones un tacto frío que le da seguridad y esperanzas de victoria.
Victoria para sólo correr un día más.
Camiseta interior vista, manga larga, los dos botones superiores desabrochados. Dejando ver un escapulario de San Patricio.
Un trozo de tela otrora blanco, manchado, mohoso, amarillento atado en la nuca, abrazando su frente. Evitando que el sudor o su rubio flequillo le ciegue durante la carrera.
Visualiza la arrancada, los cerrados giros, el salto de obstáculos, el rápido respirar olvidando el hediondo olor.
Escucha el chapoteo en el barro, la leve succión bajo las suelas. Las salpicaduras de vísceras, otrora humanas y la sangre medio coagulada salpica las piernas desnudas.
Ve la meta tras el alambre espinado, la mano derecha aprieta el mango metálico de un martillo oxidado.
Las imágenes se desvanecen. Ladran órdenes frente su hirsuto rostro. Abre los ojos. De frente la oscura caverna cariada que grita sin contención. El rostro de un puto sargento inglés. Una vez más deben demostrarles que tienen más huevos que ellos.
Correrán en sigilo hacia las fosas almenadas de los “bochos”.
Competirán para aniquilar, masacrar, aplastar, degollar, vomitar… en silencio.
Regresarán, no todos, amparados en la noche, recitarán el santo y seña. Se calentarán ante la exime hoguera dejada de alimentar mucho antes del amanecer. En voz queda susurrarán las tonadas de Donegal y soñarán en correr sobre la mullida hierba de la verde Irlanda. A cambio, probablemente otra Cruz Victoria para un irlandés al servicio de su graciosa Majestad.
James ignora al sargento, ignora el antes y el después imaginado. Levanta la zurda.
La luminiscencia del radio otorga un brillo inquietante a su rostro. Un Ingersoll le informa de que ha llegado la hora. Un reloj de un dólar, no más para un cadáver que corre más que camina.
Mira a sus compañeros, rostros similares, atuendos diferentes. Afilan cuchillos, blanden mazas.
James su martillo de herrero en la diestra, mientras con la zurda acaricia su amuleto, en el interior de la faja. Una Luger que arrancó de los dedos fríos de una mano amputada.
En cinco minutos será noche cerrada y empezará otra carrera.
Una maratón hacia la locura, al ciénago sanguinolento, a los cadáveres desmembrados, jamás reclamados, en la tierra de nadie.
Otra cabalgada de los Irish Trench Raiders en la húmeda Francia, en la herida Somme de 1917.
Si queréis saber más sobre el Ingersoll, el “dollar watch” de la Primera Guerra Mundial, tenéis esta entrada de @admin: Un Americano En Fleurs-Corcelette.
Otro artículo sobre una pieza inspirada por los relojes de trinchera es este de @munich_watch_lover: Presentación Tourby Old Military Vintage.
Ya echábamos de menos tus artículos cortos. Me ha gustado. Además me ha traído recuerdos de cuando mi padre me llevo a ver la película carros de fuego al cine cuando era pequeño. Gracias por estar de vuelta Pere como publicador.
Las imágenes y texto están muy bien enlazadas. El reloj no me importaría adoptarlo, jajajaja
Muchas gracias Javier, ya había publicado una reseña de un reloj hará unas semanas.
Pero no es lo mismo.
Gràcies Pere per aquest relat tant interessant!!