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El Polizón

@spitfiremkii

Tokei, hijo de Kintaro. Nacido en Kyobashi, Tokio. Es el menor de muchos hermanos, ligeramente atractivo, comedido e inteligente. Parco en palabras aunque preciso, agudo e incluso hiriente si la situación lo requiere. Ahogado por la tradición.

Japón ya hace uno años que se ha abierto, a su pesar, a occidente. Pero así y todo la tradición aún pesa demasiado. La divinidad del Emperador, la decadencia de Kyoto, el brillo del sol naciente tal oriflama de un Japón imperial… pasado son, a pesar de una ciudad que aún sueña en historias de shoguns, samuráis y ronins.

Tokei, el primero de su clase. Tokei, el aplicado. Atisba el cielo cuando se cruza con un “gaijin”.

Le sigue por intrincadas callejuelas y cree oír que embarcará en breve. Es su oportunidad, no lo duda. Los dioses le marcarán su camino. Sonríe ante este pensamiento. Tokei tan moderno, tampoco se libra de la superstición, ni de la tradición.

Espía al extranjero, oculto bajo la sombra de la ancha ala de su sombrero. Sombra que le cubre todo el rostro y oculta cualquier brillo o rasgo que lo puedan delatar.

El “gaijin” es un individuo de mediana edad, altivo si ser soberbio y a la vez franco y alegre. Hasta un poco campechano.

Un mezcla que sólo suele darse en los norteamericanos.

Es dual su sentir hacia los extranjeros en general y hacías los yankees en especial.

Por un lado marcan el declive del Japón tradicional y por otro son la puerta de salida al mundo, o al menos serán la suya.

Es un sentimiento que se repite en muchos de sus compatriotas, al menos desde que el comodoro Perry apareció una soleada y fría mañana en la bahía de Edo.

Así y todo decide que le seguirá e intentará embarcarse como polizón en el navío del americano. Se ocultará entre el equipaje.

Ochenta y tres días después Tokei, aún se arrepiente de su decisión.

Está asustado, helado de frío y a la vez sudoroso.

Las gotas le resbalan por la espina dorsal y le hielan la espalda al llegar al final de su recorrido.

Está escondido, oculto entre los bagajes que hay en el vientre de esta infernal nave. Se ha golpeado, agitado, zarandeado como si la gran ola de Kanagawa se abatiera una y otra vez sobre el débil bajel.

Los olores le han mareado desde el principio, golpeando con acre ardor su pituitaria. Ochenta y tres días de sufrimiento, agua salobre, repugnante.

La humedad, omnipresente, empaña todas y cada una de las superficies del interior de la nave. El calor es agobiante, pero si toca el casco del bajel se arriesga a perder parte del dedo. Pegado por el intenso frío al helado metal

Se ha arrepentido cada uno de los ochenta y tres días de su fatídica decisión de seguir al gaijin.

Pero esto no es lo peor. Ni el frío, ni los ruidos, ni el calor, ni la humedad.

Ni tan siquiera la escasa y correosa comida en lata que consigue robar o el agua putrefacta.

Ni los ruidos, mecánicos, constantes, con melodía arrítmica que nunca finalizan.

Ni el galimatías de voces en extraños idiomas a todas horas, amenazándole con volverle loco.

Lo peor es el miedo que le corroe por dentro. Lo peor es sentir el aliento de las criaturas diabólicas que le persiguen. Cada vez que ha osado mirar por la escotilla, ha visto como el ojo dorado del “Suzaku” surge en mitad de la honda oscuridad del vacío. Ese ojo le persigue en sus sueños y en sus vigilias.

Nadie más se ha percatado y eso aún le asusta más.

Día ochenta y cuatro, la actividad es frenética. Casi se otea el puerto de llegada.

Tokei olvida sus mareos, sus miedos y corre a esconderse tras el equipaje del ”gaijin”.

Un fuerte impacto, las olas golpean la nave en medio del pacífico. Salen al exterior de la misma y un extraño bote los recoge… El polizón sale a la vista de todos, ya no puede ni tiene donde ocultarse.

Pero el hijo de Kintaro Hattori, ya no se asusta de su propio reflejo en la escotilla.

Sabe que ya no solo es el primero de su clase, aunque no se lo reconozcan. Sabe que también es el primer cronógrafo automático en el espacio exterior.

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El hijo de Kintaro Hattori, un reloj, un “Tokei” Seiko 6139-6005 luce dorado en la muñeca del comandante William R. Pogue.

Pasarán más de treinta años en conocerse la historia.

Mientras unos se compran la fama, otros se ganan la gloria.

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7 comentarios en «El Polizón»

    1. SpitfireMKII

      Muchas gracias por el comentario Adam. Hoy tenía tiempo e inspiración
      Respecto tu otro comentario. Cierto que en la misión skylab4 (creo que la última) se pusieron en huelga y estuvieron un día sin contactar o algo así…era la misión del Pogue, normal que el pobre seiko estuviera acojonado.

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